lunes, 1 de junio de 2015

24



No estabas delante de mi casa con un ramo de flores, no. Tú no eres de esos. Tú agarrabas una maceta, envuelta por una horrible bolsa blanca, sí, y eso era lo más próximo a mi ansiado ramo de rosas. Como aquella pequeña caja forrada de dios sabe qué, con mi número favorito en la tapa, o mejor, con nuestro número favorito. Y por supuesto, cómo no, solías llegar tarde. "Las cosas buenas se hacen esperar" repetías. Todo salía al revés, pero a veces, eso era lo que nos hacía reír, otras, llorar.

Al final, acabé pensando que cada peca de mi piel estaba ahí, en el sitio idóneo para que tu boca hiciera los honores.
Y ahí estás, siempre dispuesto a abrirme la puerta, la ventana y el corazón. 
Me cazaste, supiste adueñarte de todo aquello que siempre he tenido guardado, sí, lo camuflado también, aquello que escondo bajo llave, bajo inumerables muros de hielo. 
Te enamoraste de mis carcajadas y de mis tormentos. De mis insomios y mis ojeras. De mis juergas y mis resacas emocionales. 
Y yo me enamoré de ti. Tal cual. Simple y complejo. Así, volando como el humo de aquel cigarrillo. Aún sabiendo que nada era fácil y que nosotros, juntos, mucho menos.
Ahora ando drogada de amor.

Recuerdo la profunda, inmensa, maravillosa felicidad que me imperaba esa mañana de verano que auguraba el comienzo de un gran día. Cual niña permitía que esa ingenua ilusión se apoderará de ella. Y es que te esperaba a ti. 

Y hoy, perdida, lunática y aturdida, haces que el rímel tinte mis mejillas. Se llora por amor.
Despiertas en mi una mezcla de impotencia y predilección. Así como el rosa manchado de negro. Menos mal que las emociones son abstractas.

Debo reconocer que no sé como son las declaraciones de amor, tampoco sé que es esto.  

Simplemente me ayudas a descubrir todo lo que desconocía que podía llegar a sentir. 



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