viernes, 24 de abril de 2015

No nos sobra tiempo como para andar perdiéndolo.




Un viernes más o uno menos, una más o una de más.
Y aún recuerdo como se fue, pegó un portazo.
Y de rebote abrió un ventanal, claro que yo de eso no sabía nada.
Aprendí a llorar en silencio y a sonreír des del alma.
Eso de que los días pasan, pero sin un sentido, así como expectante de mi propia vida.
Los ojos empañados y un cajón de sueños echados a perder.
Pero es así como el almendro en flor da su mejor fruto.
Es así como la mariposa sale del capullo. -Como una se desprende de un capullo- Nunca mejor dicho.
Y qué bonito fue todo eso. Sí, las lágrimas también.
Soy una incomprendida, me repetía. Y qué orgullosa estoy hoy de ello.
Soy una cualquiera en un mundo de mediocres.
Soy el punto y la coma de cada narración.
La portada más vieja de aquellos libros empolvados.
Nunca ser bonita, ser arte, y el arte no tiene que verse bonito.
Tiene que hacerte sentir algo.
Y así fue como entendí que no tiene que ser 14 de febrero, o el 24 de cada mes.
No tiene que ser mañana, no tiene que ser Madrid, ni Londres.
Aquí y ahora.
Y comprendí qué preguntarse cosas absurdas tiene sentido.
Qué te roben el corazón y el alma. Que aún te queda la esencia.
Qué no tiene nada de malo llorar. Que a veces eso significa sentir. Y qué maravilla.
Qué los lunes son agradables pero los viernes lo son más.
Qué nunca sabes de quién te puedes enamorar, y claro, eso también implica dolor.
Bienvenida a casa felicidad, quédate. Me dije.


Nos leemos pronto.
Besitos, Ana.


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